La creación y el libre albedrío del hombre
En el principio, Dios y su Hijo Divino crearon al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza —puros sin pecado alguno, rodeados de una gloria divina e inmortal, y con libre albedrío. Los crearon para que pudieran vivir en amor y armonía, y tener una relación íntima y personal con sus Creadores, siempre que obedecieran y no cayeran en la tentación y el engaño del maligno, el líder de los ángeles rebeldes que una vez se rebelaron contra Dios. (Génesis 1:26-30; 2:7-25; Proverbios 8:22-31; Colosenses 1:15-17)
Pero un día, el hombre y la mujer se separaron de sus Creadores, dejándose engañar y creyendo las mentiras del ángel caído, desobedeciendo y siguiendo su propio camino. Y el pecado entró en sus corazones, y fueron maldecidos y se hicieron mortales, y perdieron el privilegio de tener comunión con Dios y con su Hijo. Y por eso, todos heredamos una naturaleza pecaminosa con enfermedad, opresión y muerte. También perdimos el privilegio de ser hijos e hijas de Dios, separándonos por completo de la gloria y presencia y poder del Creador, haciéndonos merecedores del castigo eterno en el Día del Juicio por nuestras obras. (Génesis capítulo 3; Romanos 3:5-18; 5:12; 6:23; Mateo 25:31-46; Apocalipsis 20:11-15)
A partir de ese momento, Dios decidió comunicarse con la humanidad a través de algunos hombres fieles escogidos que transmitían su mensaje de arrepentimiento y de justicia. De hecho, Él dio los Diez Mandamientos, que eran la Ley moral para todos aquellos que quisieran alcanzar el perdón y la justicia de Dios. (Romanos 3:19-20; Gálatas 3:6-12, 19-23)
La gracia y misericordia de Dios al darnos a su Hijo Divino
Debido a la naturaleza pecaminosa inherente, el hombre no pudo obedecer la Ley moral de Dios con sus propias fuerzas y esfuerzos. De hecho, el poder del pecado en el hombre le impulsa a hacer cosas que no quiere hacer como: mentir, ser egoísta, enojarse, ser rencoroso, tener vicios, ser inmoral, robar, etc. Así que el pueblo de Dios solía ser limpiado de sus pecados con sangre de animales cada año por el sumo sacerdote, ya que según la Ley todo tenía que ser limpiado con sangre, y sin derramamiento de sangre no había remisión de pecados. (Hebreos 9:6-7, 19-22)
Debido a este poder del pecado que hemos heredado del primer hombre, y como Dios nos había creado sin ningún pecado, nuestras propias buenas acciones no nos pueden salvar del castigo eterno. De hecho, la consecuencia por cualquier pecado que hagamos es la muerte y condenación eterna. Y como todo el mundo está bajo maldición por culpa de la transgresión del primer hombre, nadie es hijo de Dios al nacer, y es por eso que Dios y su Hijo no pueden ayudarnos ni hablarnos como les gustaría. (Romanos 3:23; 6:23)
Pero hace unos 2000 años, Dios Padre en su bondad y misericordia envió a Jesús —su Hijo Divino— al mundo como un ser humano perfecto sin pecado alguno y nacido de mujer. (Juan 1:14; Romanos 8:3; Gálatas 4:4-5; Hebreos 2:14-18)
Jesús era la Luz resplandeciente de la Gloria de Su Padre que vino a este mundo para hablar la Verdad y librarnos de todo tipo de enfermedad y opresión —por medio de sanidades, liberaciones y señales milagrosas. Pero aún más, Él vino para dar su vida por nosotros a fin de salvarnos del poder del pecado y de la condenación eterna que todos hemos heredado y merecemos —ofreciéndose a Sí mismo como sacrificio vivo expiatorio en la cruz. (Juan 1:4-18; 3:16-21; 8:12; 15:12-17; 2Corintios 4:6; Hebreos capítulo 1)
A los treinta años de edad, Jesús fue bautizado en agua por el profeta Juan el Bautista para enterrar su buena reputación como hombre y revelar su identidad de Hijo de Dios, Mesías y Salvador. Fue allí mismo que fue ungido con el poder del Espíritu de Dios su Padre para poder anunciar la Buena Noticia del Reino y del Nuevo Nacimiento, sanar a los enfermos y liberar a los oprimidos, y realizar todo tipo de milagros. (Mateo 3:13-17; Juan 3:1-21; Hechos 10:36-38; 1Juan 5:6-12)
Después de tres años de ministerio en la Tierra y tal como Dios Padre lo había planeado, Jesús se entregó al poder del maligno por nosotros, y fue falsamente acusado e injustamente culpado por los malvados religiosos de su tiempo, y condenado a muerte. Luego fue brutalmente torturado y clavado en una cruz para derramar su sangre y morir como un pecador criminal y miserable. (Isaías capítulo 53; Hechos 10:39; Romanos 5:6-7)
Por la voluntad de su Padre, Jesús entregó su vida por nuestros pecados para rescatarnos de este mundo de maldad en que vivimos (Gálatas 1:3-4). Él pagó la pena de muerte para que nuestros pecados pasados pudieran ser perdonados, para que pudiéramos ser liberados de la esclavitud del pecado y de la condenación en el Día del Juicio, y para que pudiéramos ser hechos justos ante Dios eternamente (Romanos 3:21-26; 1Pedro 2:24).
Libertad y Salvación a través de Jesús, el Cordero de Dios
Según la Ley de Dios, la pena por el pecado es la muerte, pero el don gratuito de Dios Padre es la vida eterna por el sacrificio y la muerte de Jesús su Hijo. Jesús es el perfecto Cordero de Dios, y su sangre derramada por nosotros ahora puede limpiar nuestros pecados y eliminar nuestra naturaleza pecaminosa. (Juan 1:29; Romanos 3:21-31; 5:8-21; capítulo 6; 1Corintios 15:3-4; 2Corintios 5:21; Gálatas 3:13-18, 24-29; 4:1-7; Colosenses 1:12-14; Hebreos 9:11-15, 23-28; 10:1-22; Apocalipsis 1:5-6)
Jesús permaneció fiel y obediente a su Padre Divino hasta el final. Y por eso lo resucitó de entre los muertos al tercer día, y lo exaltó y lo puso en el lugar de honor a su diestra. (Hechos 2:32-35; Filipenses 2:5-11)
Jesús tiene ahora el poder de liberarnos del pecado y del castigo eterno, no a través de la obediencia a la Ley de Dios, sino a través de la fe en su sacrificio (Gálatas 2:15-21). Y a través de su redención, Él y su Padre pueden venir libremente y entrar y morar en nosotros a través de su propio Espíritu Santo, que es la gloria divina, la santa presencia y el poder milagroso que Él heredó del Padre. Y con su Espíritu Santo en nosotros, entonces podemos amar y servir a Dios y a Jesús, y amar a todos los que nos rodean (2Corintios 3:16-18). (Mateo 22:36-40; 3:16-17; 4:23-24; 14:15-23; Hechos 2:32-36; 10:40-43; 13:38-39; Romanos 5:6-21; 2Corintios 5:14-21; Efesios 2:1-10; Tito 3:3-7)
Jesús resucitó y venció a la muerte y al poder del maligno, y venció a todos los principados y potestades de las tinieblas. Y ahora Él vive con Dios su Padre para siempre, y quiere librarnos del poder de las tinieblas y darnos el derecho de ser hechos hijos adoptivos y herederos de Dios Padre. (Juan 1:12-13; 3:1-21; Romanos 3:24-26; 6:23; 8:14-18; Gálatas 4:4-7; Efesios 1:3-14; Colosenses 2:8-15; Hebreos 2:14-18; 13:20-21)
Jesús es el Mediador y Sumo Sacerdote de Dios Padre
Jesús —que es Hombre Divino— es el único Mediador entre Dios Padre —que es Espíritu Divino— y nosotros los humanos. (Juan 4:23-24; 1Timoteo 2:1-6)
El Hijo Divino no vino para ayudar a los ángeles, sino que vino para ayudarnos a nosotros los humanos que hemos creído. Por lo tanto, era necesario que en todo sentido Él se hiciera humano como nosotros, sus hermanos, para que fuera nuestro Sumo Sacerdote fiel y misericordioso, delante de Dios Padre. Entonces Él podría ofrecer un sacrificio que quitaría los pecados del pueblo. Debido a que Él mismo ha pasado por sufrimientos y pruebas como humano, sacrificándose a sí mismo, ahora puede ayudarnos cuando pasamos por pruebas y dificultades. (Juan 1:14; Hebreos 2:14-18)
Jesús comprende perfectamente nuestras debilidades e intercede por nosotros cuando acudimos a Dios Padre en oración, porque Él enfrentó todas y cada una de las pruebas que enfrentamos nosotros, sin embargo, Él nunca pecó. (Hebreos 4:14-16)
Hubo muchos sacerdotes —los cuales sacrificaban animales para el perdón de sus pecados y los del pueblo— bajo el sistema antiguo, porque la muerte les impedía continuar con sus funciones; pero dado que Jesús el Mesías vive para siempre, su sacerdocio dura para siempre. Por eso puede salvar —una vez y para siempre— a los que venimos a Dios Padre por medio de Él. Él vive para siempre para interceder ante Dios a favor nuestro. (Juan 14:6; Romanos 8:31-39; Hebreos 7:15-28)
Jesús ahora ha llegado a ser el Mediador y Sumo Sacerdote por sobre todas las cosas buenas que han venido. Él entró en ese tabernáculo superior y más perfecto que está en el Cielo, el cual no fue hecho por manos humanas ni forma parte del mundo creado. Con su propia sangre —no con la sangre de animales— entró en el Lugar Santísimo celestial una sola vez y para siempre, y aseguró nuestra redención eterna. (Hebreos 9:11-28)
El Camino de la Redención y la Reconciliación con Dios
Jesús dijo que debemos nacer del agua y del Espíritu de Dios para ser liberados del poder del pecado y de nuestra naturaleza pecaminosa, y ser por tanto reconciliados con Dios Padre —el Dios soberano, eterno e invisible— y adoptados como hijos suyos. (Juan 1:12-13; 3:1-21)
Estos son los pasos según el Evangelio que debemos dar para ser liberados del poder de la esclavitud del pecado y tener el privilegio de ser hechos hijos adoptivos de Dios Padre, para que así podamos llevar a cabo la obra de su Hijo Jesús el Mesías:
1) Creer que Dios Padre envió a Jesús su Hijo para redimirnos del poder de la esclavitud del pecado —mediante su muerte, sepultura y resurrección— a fin de que podamos ser reconciliados con Dios mismo.
2) Arrepentirse de toda vida pecaminosa, confesar todo pecado y entregarse completamente a Dios Padre y a su voluntad, para recibir un corazón de carne —un corazón tierno.
3) Ser bautizado plenamente en agua —que representa la sangre que Jesús derramó— para el lavado de los pecados y la sepultura del cuerpo de la naturaleza pecaminosa, y el nacimiento de la nueva creación a fin de vivir una nueva vida entregada a seguir a Jesús el Mesías.
4) Recibir el don divino del Espíritu Santo para que podamos tener una relación personal con Dios Padre y con su Hijo Jesús —leyendo y meditando en las Sagradas Escrituras, y orando y adorando en el Espíritu Santo. Y también para que podamos compartir con otros la Buena Noticia acerca de Jesús el Mesías —el único Camino para reconciliarnos con Dios Padre— y sanar a los enfermos en cada oportunidad. (Mateo 22:29; Juan 4:19-42; 6:26-29; 14:6; 19:33-34; Hechos 2:36-39; 5:30-32; 10:36; 16:13-15; 18:7-8; 19:1-7; Romanos 5:6-11; 6:1-11; 1Corintios 15:3-4; 2Corintios 5:14-21; Gálatas 3:26-27; Colosenses 2:8-15; Tito 3:3-7; Hebreos 10:19-22; 1Juan 5:6-12)
De hecho, el Espíritu Santo es en sí la gloriosa naturaleza, la santa presencia y el milagroso poder de Dios Padre y también de Jesús, pues lo heredó de su Padre. Es el mismo Espíritu del Padre que levantó a Jesús de los muertos y que también fue enviado por toda la Tierra y se vertió sobre nosotros, los creyentes nacidos de nuevo. (Génesis 1:1-2; Isaías 11:1-2; Mateo 10:19-20; Marcos 13:11; Lucas 4:16-21; Juan 4:23-24; 14:16-21; 17:20-26; 20:19-22; Hechos 1:8; 2:16-21, 32-33, 38-39; 8:36-39; 10:36-38; 16:6-8; Romanos 8:9-17; 1Corintios 2:10-12; 2Corintios 1:21-22; 3:16-18; Gálatas 4:4-7; Efesios 1:3-14; Filipenses 1:18-19; Apocalipsis 4:5; 5:6)
Una nueva vida para amar y servir a Dios y a Jesús
El Espíritu Santo de Jesús nos es dado para que experimentemos una comunión muy íntima y personal con Dios Padre y con Jesús, orando en el Espíritu y meditando en la Palabra. A través de esta dinámica del Espíritu, podemos santificarnos diariamente, es decir, mortificar cualquier pensamiento carnal que quiera brotar de nuevo. (Juan 4:23-24; 17:3; Romanos 8:12-17, 26-39; Gálatas 5:16-25; 2Tesalonicenses 2:13-17; 1Juan 1:3; Judas 1:20-25)
Además, el Espíritu Santo —Jesús en nosotros (Gálatas 2:20)— nos ayudará a amar y vivir en armonía con nuestros hermanos y hermanas en la fe, y nos dará la valentía para compartir las Buena Noticia sobre el Mesías con los perdidos, así como el poder para sanar, liberar y preparar a otros para servir a Dios y a Jesús. (Mateo 5:13-16; Marcos 16:15-18; Lucas 4:18-19; Juan 14:12; Hechos 1:8; 4:23-37; Romanos capítulo 6; 2Corintios capítulo 4; 5:14-21; Efesios 2:10; Filipenses 2:12-13)
La súplica de Dios por la sumisión y la reconciliación
DIOS Padre quiere librarnos de toda agonía y enfermedad y opresión, y del castigo eterno. Por eso Él nos ofrece un nuevo nacimiento y una nueva vida por gracia y misericordia y amor por nosotros, a través de su CUERDA SALVAVIDAS, que es su amado Hijo JESÚS, quien se dio a sí mismo en rescate por todos. Él es la Puerta y el único Camino que nos conduce al Dios eterno, invisible e inmortal. (Juan 3:16; 10:7-10; 14:6; Romanos 5:8-11; 2Corintios 5:18-21; 1Timoteo 2:5-6; 1Timoteo 6:13-16)
¡Ríndete a Dios, recibe a Jesús como tu Señor y Salvador, y hereda el don maravilloso del Espíritu Santo, para que el Padre y el Hijo moren en ti para siempre! (Juan 14:15-24; Hechos 2:38-39)
Las palabras de luz y vida de Jesús el Mesías
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. (Juan 3:16-17)
"Yo soy la luz del mundo. El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la Vida.” (Juan 8:12)
"Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida. Nadie viene al Padre sino por Mí”. (Juan 14:6)
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad Mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. porque mi yugo es fácil y mi carga es ligera”. (Mateo 11:28-30)
“El que bebe agua volverá a tener sed; mas el que bebiere del Agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; pero el Agua que Yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que salte para vida eterna.” (Juan 4:13-14) ◘