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08 abril 2023

La vida activa de un discípulo de Jesús


 1. Debemos nacer de nuevo en Cristo Jesús 

Jesús dijo que nadie puede entrar en el reino de Dios a menos que nazca de agua y del Espíritu (Juan 3 1-8).  Es decir, debemos nacer de nuevo para vivir una vida nueva con un corazón nuevo y un Espíritu nuevo.  Y esta nueva vida nos la da Dios Padre cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y nos volvemos a Él, somos bautizados en agua en Su Hijo Jesús quien murió y resucitó para la remisión de nuestros pecados, y recibimos el don del Espíritu Santo.  Debemos nacer de nuevo para que podamos servir a Dios y testificar de Jesús en todas partes por el resto de nuestras vidas.  (Ver 1 Corintios 15:3-4; Hechos 2:37-38; 1:8)


2. Debemos adorar y conocer personalmente a Dios Padre y al Señor Jesús


Una vez hemos nacido de nuevo, debemos entonces cumplir el primer mandamiento de amar a Dios con todo nuestro corazón.  Esto significa que debemos dedicarnos a pasar momentos íntimos de comunión diaria con Dios nuestro Padre y con Jesús nuestro Señor, meditando en la Palabra divina y orando en lenguas del Espíritu Santo.  Dios nos dio su Palabra para que podamos fortalecernos espiritualmente y renovar nuestra mente a fin de conocer su verdad y su perfecta voluntad registrada en la Biblia.  También nos dio su Espíritu para que podamos estar en su presencia para alabarlo y orar sin cesar, comprender su Palabra y ponerla en práctica, y llenarnos de su poder y compasión por nuestro prójimo para que podamos hacer lo que hizo Jesús.  (Ver Juan 4:19-24; Mateo 6:5-13; 11:28-30; 1 Juan 1:3; Josué 1:7-8; Juan 8:31-32; 15:1-8; 2 Timoteo 3:16-17; Santiago 1:19-21; 1 Pedro 2:1-3; 1 Corintios 14:1-4; Judas 1:20-21; Filipenses 4:6-7)


3. Debemos testificar y evangelizar a los perdidos, sanar a los enfermos y hacer discípulos 


El deseo de Dios es que podamos cumplir su segundo mandamiento de amar a los demás.  Esto se logra cuando en cada oportunidad hablamos a los demás sobre nuestra nueva vida en Jesucristo y lo que Él hizo para salvar a la humanidad.  Debemos proclamar fielmente a los demás la Buena Nueva de la salvación del poder del pecado y la reconciliación con Dios a través del sacrificio de Jesús, y también lo que Dios espera que nosotros hagamos en consecuencia.  También debemos sanar a los enfermos por compasión, y hacer el bien a nuestro prójimo.  El objetivo es hacer discípulos de Jesús entre aquellos que oyen el Evangelio, se arrepienten de sus pecados y se vuelven a Dios, creen en la Buena Noticia, son bautizados en agua en Jesús y reciben el don del Espíritu Santo.  (Ver Juan 4:31-38; Lucas 10:1-20; Marcos 16:15-18; Mateo 28:19-20; 2 Corintios 5:14-21)


4. Debemos organizar iglesias en casa y vivir en familia 


Una vez que hemos logrado hacer discípulos, debemos cuidarlos y formarlos para la vida activa del discipulado.  Necesitamos organizar una iglesia en casa de discípulos activos que se reúnen regularmente para comer juntos, celebrar la Cena del Señor, cantar alabanzas, compartir la Palabra de Dios, orar juntos y formar equipos a fin de salir a evangelizar con fidelidad y regularidad.  Es recomendable y necesario que los discípulos acuerden vivir juntos en la misma casa para reducir gastos y vivir en familia a fin de ayudarse mutuamente, y también para invertir más tiempo y esfuerzo unido para poder testificar y evangelizar de forma regular y efectiva de dos en dos.  (Ver Hebreos 10:23-25; 1 Corintios 14:26; Efesios 5:18-21; Colosenses 3:15-16; Hechos 1:12-14; 2:42-47)


5. Debemos organizar nuevas iglesias en casa para hacer avanzar el reino de Dios en todo lugar


Cuando la iglesia en casa haya logrado formar un número de aproximadamente doce miembros activos, entonces los discípulos deben estar dispuestos a organizar otras iglesias en casa, en la medida que van evangelizando afuera y ganando nuevos discípulos.  La meta es multiplicarse y reproducirse rápidamente, y que las iglesias en casa sean grupos reducidos y fáciles de operar, para que el reino vaya avanzando en todo lugar bajo la guía y el poder de la Palabra y el Espíritu Santo de Dios.  (Ver 2 Timoteo 2:2; Hechos 4:32; 1 Tesalonicenses 1:8-10)