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24 enero 2015

La verdad acerca de diezmar y ofrendar










Un gran sector de la iglesia cristiana actual enseña erróneamente que todo creyente debe diezmar a su pastor si quiere ganar el favor de Dios y no caer en maldición, por el hecho de que Abraham pagaba sus diezmos a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote de Dios, según se narra en Génesis 14 y Hebreos 7:1-10.

Sin embargo, si leemos bien los pasajes y en su justo contexto, dice que Abraham honró a Melquisedec, el cual salió a recibirlo después de la matanza de los reyes malvados, y le ofrendó la décima parte de los despojos de guerra que había conquistado a aquellos reyes, y que además no guardó nada sino que lo entregó de vuelta a su dueño: el rey de Sodoma. Abraham diezmó el botín de la batalla, y lo hizo de su propia iniciativa, ya que en ningún lugar se menciona que le diera el diezmo de su ganancia en dinero (pues en aquél tiempo ya se utilizaba la moneda para hacer mercadería) a Melquisedec, ni que siguiera diezmando. Nótese además que en aquellos tiempos era costumbre ofrecer una décima parte de los despojos de guerra a reyes y gobernantes de mucha honra, como Melquisedec que era rey de Salem.  

También se enseña erróneamente que en los pasajes de Mateo 23:23 y Lucas 11:42, Jesús declaró que hay que apartar el diezmo; y en Mateo 23:1-3, mandó cumplir con los diezmos. Si leemos bien este pasaje en su contexto, observamos que Jesús se dirigió a los fariseos diciéndoles que debían tratar a los demás con amor y misericordia, a la vez que daban sus diezmos (Mateo 9:10-13; 22:36-40). Por supuesto que tenían que diezmar, porque aún seguía vigente en esos momentos el Antiguo Pacto de la Ley mosaica, y Jesús todavía no había derramado Su sangre para dar inicio al Nuevo Pacto de la gracia. Por tanto, como la Ley mosaica quedó abolida en el momento de derramar Su sangre, la vieja Ley no se aplica más hoy en día, incluyendo la ley de diezmar. (Ver Hebreos 8:6-13; Colosenses 2:8-15; Efesios 2:11-22; Gálatas 3:5-29.)

Bajo el Antiguo Pacto, el diezmo era obligado por la Ley de Moisés para que fuese dado a los levitas, los cuales trabajaban a tiempo completo para ayudar a los sacerdotes y cuidar de las necesidades del tabernáculo o templo de Dios existente en ese entonces. Diezmar fue ordenado por Dios únicamente a los judíos viviendo en la tierra de Israel que tenían propiedades con cultivos y ganado. Por eso podemos afirmar que Jesús y Sus discípulos no diezmaban, pues no tenían propiedad alguna. Sin embargo, sí ofrendaban generosamente a los pobres en todo momento y lugar, al estar desprendidos completamente de toda riqueza económica y material (Mateo 19:21; 26:6-13; Marcos 10:21; 14:3-9; Lucas 12:33-34; 18:22; Lucas 10:25-37; Juan 12:1-8).

Además los levitas tenían que dar los diezmos de los diezmos recibidos a los sacerdotes, y estos al sumo sacerdote. El diezmo se donaba tan solo en comida —grano y animales— y no en dinero como las ofrendas o contribuciones voluntarias que los judíos entregaban también para las necesidades del templo (Éxodo 35:20-29; Lucas 21:1-4). La comida diezmada se almacenaba en el tesoro del templo de Dios para alimentar a los levitas —que por cierto no poseían ninguna tierra para producir— y para alimentar además a los extranjeros y a los pobres —los huérfanos y las viudas— que vivían en la tierra de Israel. (Ver Números 18:20-32; Deuteronomio 14:22-29; 26:1-19; Levíticos 27:30-33; 2 Crónicas 31:4-8; Nehemías 10:37-39; 12:44; 13:4-13; Malaquías 3:7-10.)

En las Escrituras descubrimos que Dios hizo un pacto con Abram para que se convirtiera en Abraham, el padre de muchas naciones. Y la señal del pacto que Dios estableció fue que todo varón debía ser circuncidado, o sea cortarse la carne de su prepucio, incluyendo al mismo Abraham y a toda su descendencia después de él (Génesis 17:1-14). Posteriormente el apóstol Pablo nos explica que Dios tuvo en cuenta la fe de Abraham para reconocerlo como justo antes de que fuera circuncidado, pues la circuncisión era simplemente una señal o sello de que Dios ya lo había reconocido como justo por causa de la fe. De este modo, Abraham ha venido a ser también el padre de todos los que tienen fe y son reconocidos igualmente por Dios como justos, aunque no hayan sido circuncidados (Romanos 4:1-12). Consecuentemente ya no hay ninguna obligación de circuncidarse, como señal o como ley de Dios bajo el Nuevo Pacto de la gracia de Jesucristo (Romanos 3:20-31). De la misma manera y siguiendo el mismo principio, tampoco hay ninguna obligación de seguir la iniciativa que una vez tuvo Abraham —cuando todavía se llamaba Abram— de diezmar a Melquisedec; ya que de lo contrario, los cristianos varones estarían entonces obligados a circuncidarse el prepucio, según la señal que Dios había encargado en un momento dado a Abraham y a toda su descendencia (Génesis 14:17-20; Hebreos 7:1-3; Génesis 17:9-11; Juan 7:22).

Jesús nos limpió de todos nuestros pecados con Su sangre y nos consagró e hizo perfectos por medio de Su única ofrenda en la cruz para que, mediante el Espíritu Santo, ya no tuviéramos que dar más ofrendas ni diezmos por el pecado (Hebreos 10:5-18; Ezequiel 36:25-27). La ley de diezmar fue implementada por Dios solamente bajo el Antiguo Pacto para ayudar a los levitas, los extranjeros y los pobres, cuando la presencia de Dios se encontraba todavía en el santuario del templo. Pero en el momento que Jesús murió, el velo grueso del templo se rasgó en dos por la mano de Dios y el arca de la alianza desapareció, a fin de que tuviéramos acceso libre y directo a la presencia de Dios por medio de Su Espíritu Santo el cual mora en nosotros. (Ver Hebreos 10:19-22; Romanos 8:9-11.)

En Su muerte, Cristo nos redimió y liberó de toda maldición y condenación que arrastraba la ley del pecado y de la muerte que Dios había dado a Moisés, a través de la ley liberadora del Espíritu de vida. Y así la letra de la ley mosaica llegó a su término con Cristo, a fin de que únicamente por la fe de Él pudiéramos ser hechos justicia de Dios. (Ver Gálatas 3:13-14; Romanos 1:16-17; 3:21-31; 8:1-2; 10:1-4; 2 Corintios 3:4-11; 5:21.) Dios nos envió Su Espíritu Santo para librarnos completamente de toda condenación, e incluso de toda falsa doctrina que tratara de hacernos creer que ‘el sacrificio de Jesucristo no fue suficiente, y que por tanto hay que seguir cumpliendo la ley del diezmo, una de las 613 leyes mosaicas, para poder obtener el favor de Dios’. (Ver Romanos 8:1-2; Gálatas 5:1-6; Hebreos 11:6.)

Jesús nos dio vida juntamente con Él y nos perdonó todos los pecados al ser sepultados con Él en el bautismo, cancelando y aboliendo para siempre la ley de los mandamientos y sus ordenanzas dada por Dios a Moisés para merecer el favor de Dios, incluyendo la antigua ley de los diezmos. La sangre de Jesús derramada en la cruz por amor a nosotros fue suficiente para que pudiéramos ser completamente justificados por Dios y reconciliarnos con Él (Colosenses 2:12-15; Efesios 2:1-16; Romanos 3:19-28; 5:8-11; 10:1-10; Gálatas 2:15-21; Tito 3:1-7).

La Palabra nos advierte en Gálatas 5:1-6 que una vez que Cristo nos ha hecho libres de la ley que fue dada a Moisés, no tenemos que someternos otra vez a este yugo de esclavitud. Porque si nuestra salvación o el favor de Dios dependiera de circuncidarse o de separar el diezmo, estaríamos entonces invalidando la fe y la gracia de la sangre de Jesucristo, y estaríamos consecuentemente obligados a guardar otra vez todas las 613 ordenanzas de la ley mosaica (Gálatas 3:10-12; Levítico 18:5).

En una ocasión Jesús expresó su indignación a los fariseos, que le culpaban a Él y a Sus discípulos de no seguir las diferentes tradiciones religiosas. Éste les dijo que eran unos hipócritas porque honraban a Dios con su boca, pero su corazón estaba lejos de Él a consecuencia de su orgullo y avaricia, y que debido a su énfasis en que se cumplieran sus propios mandamientos de hombres, habían invalidado la ley del amor de Dios (Mateo 15:1-20; Marcos 7:1-23; Isaías 29:13; 1:11-20; Ezequiel 33:31; 1 Samuel 15:13-26). De la misma manera, si consideramos que diezmar es un requisito indispensable para ganar el favor de Dios y que la sangre de Cristo no fue suficiente para hacernos justos delante de Él, estaremos también invalidando la ley de la gracia de Dios en Jesucristo.

Los únicos dos mandamientos que estamos obligados a cumplir para poder agradar a Dios, y que de los cuales pende toda la ley y los profetas, son: 1) Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente; 2) Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22:36-40). Si uno trata de diezmar pero no muestra amor ni misericordia para con los demás, Dios por supuesto no lo reconoce como justo ni tampoco tiene vida eterna morando en sí (Lucas 11:42; 18:9-14; 1 Juan 3:14-18; Santiago 2:14-17). Dios no necesita que sigamos ningún ritual, ceremonia o culto religioso, ni que contribuyamos para los gastos de un templo hecho de mano donde Él no vive, para poder agradarle (Juan 4:20-24; Hechos 7:48; 17:24). Solo desea que seamos una constante ofrenda o continuo sacrificio vivo, santo y agradable a Él, a fin de que nos convirtamos en una vasija apasionada, sumisa y dispuesta para hacer Su voluntad en todo momento y lugar (Romanos 12:1-2).

La Escritura nos revela también que, gracias a la sangre que Jesús derramó para limpiarnos de todo pecado, Dios nos ha hecho sacerdotes y templos santos al servicio de Él. Por tanto ya no hay más necesidad de dar diezmos a un ministro que supuestamente ejerce el sacerdocio en un templo donde no mora Dios (Isaías 66:1-2; Hechos 7:48-50; 17:24-30; Juan 4:20-24), porque todos los que creemos en Jesucristo nos hemos convertido en sacerdotes y templos vivientes del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16-17; 1 Corintios 6:19-20; 1 Pedro 2:9-10; Apocalipsis 1:4-6; 5:6-10).

Bajo el Nuevo Pacto, el cual entra en vigor en el momento de la muerte y expiación de Jesús, no se habla de diezmar en ningún momento por los apóstoles. En cambio se habla de la importancia de dar sacrificadamente entre los creyentes para ayudar a los hermanos en la fe que pasan necesidad económica, a fin de que todos puedan ser bien cuidados, alcanzando así la igualdad entre los hermanos en lo que respecta a las necesidades físicas y materiales (Hechos 2:44-45; 4:32-37; 1 Corintios 8; Romanos 12:9-13; 15:25-28).

El apóstol Pablo fue un verdadero ejemplo de no exigir dinero de nadie ni imponer cargas financieras sobre los hermanos, pues prefería antes trabajar con sus manos confeccionando tiendas que pedir dinero alguno para sus necesidades, a fin de que el Evangelio de Cristo se difundiera de forma transparente y gratuita entre todos aquellos que iban a recibirlo. Él también emulaba a Jesús en cuanto a la importancia de dar desinteresadamente, cuando dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:33-35; 18:3; 1 Corintios 9).

En 2 Corintios 8:9, Pablo escribe que Jesucristo siendo rico se hizo pobre por amor de nosotros, para que nosotros con su pobreza pudiésemos ser enriquecidos. Éste fue siempre el sentir y el ejemplo que dieron los ministros de la iglesia primitiva, de renunciar su reputación y las riquezas materiales para poder enriquecer a los demás en todo (2 Corintios 6:1-10). 

Diezmar fue una ley necesaria bajo el Antiguo Pacto y que ya desapareció para dar lugar al Nuevo Pacto de la gracia liberadora de Jesucristo (Juan 1:17). Dios no necesita nuestro diezmo, pero sí está a favor de que demos sacrificadamente y ayudemos con ofrendas y contribuciones voluntarias a los hermanos en la fe realmente necesitados, dando según hayamos decidido en nuestro corazón, no de mala gana o a la fuerza o por imposición de alguien, sino libremente y con alegría a fin de que también podamos ser recompensados con la provisión necesaria para nosotros mismos y para poder seguir dando generosamente a los necesitados (2 Corintios 9:6-15).

Es conveniente y necesario que ofrendemos y contribuyamos frecuente y voluntariamente a la obra del ministerio: la propagación del Evangelio, el sustento de los hermanos en la fe necesitados y la ayuda a los pobres. Dar el diez por ciento de nuestros ingresos es una buena referencia para comenzar a contribuir a la obra, pero el Señor espera que demos mucho más que solo el diez por ciento. Y esto incluye nuestra entrega entera de seguir al Señor Jesús y nuestro servicio activo para con Dios en nuestra vida cotidiana, que es cumplir la Gran Comisión de amar al prójimo y evangelizar a los perdidos y confesar a Cristo en todo momento y lugar. Porque, ¿cuánto dinero podrá pagar el hombre por su alma, a menos que obedezcamos al Señor propagando el Evangelio del Reino y la reconciliación con Dios a todos aquellos a nuestro alrededor? (Marcos 8:34-38; Juan 15:12-17; Mateo 28:18-20; Marcos 16:15-18; 2 Corintios 5:14-20).

Diezmar se ha convertido en una tradición y requisito básico de la iglesia (Marcos 7:6-13), que lamentablemente obliga al creyente a buscar el favor de Dios a través de los diezmos por temor a caer en maldición, separándose así de la gracia de Jesucristo, el cual lo pagó todo por nosotros con Su sangre y sacrificio expiatorio (Gálatas 5:2-6; Romanos 10:1-4; 1 Corintios 6:20; Hebreos 7:11—8:13; 9:24—10:22). El principio mal enseñado de diezmar impulsa al creyente a solo pensar en sí mismo y sus necesidades económicas, en vez de enfocarse en acercarse a Dios —por medio de la constante absorción de Su Palabra en la Biblia, y la oración en el Espíritu Santo (Romanos 12:1-2; 2 Tesalonicenses 2:13-17; Josué 1:8; Judas 20-21)— y en las necesidades de los pobres y de los perdidos, los cuales necesitan ver un ejemplo de amor y compasión por parte de los creyentes sinceros y entregados (Oseas 6:6).

Si la Palabra de Dios es tan clara al respecto:

• ¿Por qué la iglesia evangélica exige hoy en día que los creyentes cumplan la iniciativa que una vez tuvo Abraham —cuando todavía se llamaba Abram— de dar unos diezmos a Melquisedec, y por otro lado no exige que cumplan la señal de la circuncisión (cortar el prepucio del varón) que Dios había encargado en un momento dado a Abraham y a toda su descendencia? (Ver Génesis 14:17-20; Hebreos 7:1-3; Génesis 17:9-11; Juan 7:22)
• ¿Por qué todavía hay numerosos líderes de la iglesia que todavía enfatizan y hasta obligan a cumplir la ley obsoleta de diezmar a su congregación, cuando deberían enfocarse más bien en enseñarles a buscar primeramente el reino de Dios y su justicia: cultivando su relación personal con Dios el Padre y testificando personalmente de Jesucristo a cualquiera en el camino? (Ver Lucas 12:22-31; Juan 4:21-24; 15:16; Mateo 28:19-20)
• ¿Por qué no enseñan y animan a los hermanos más pudientes y acomodados a dar más del diez por ciento de sus ingresos, a fin de ayudar a los hermanos más pobres de su congregación, los cuales a duras penas pueden diezmar? (2 Corintios 8:13-15) ¿Y por qué no sustentan más a los misioneros y servidores de Cristo a tiempo completo y viviendo por fe, los cuales están dando todo para llevar la Palabra a cada corazón, en todo momento y lugar? (1 Corintios 9:11-15)
• ¿Dónde están los buenos pastores que enseñan la sana doctrina de la Palabra de Dios a los creyentes y los guían a Jesucristo, el buen Pastor que da Su vida por las ovejas, y que no son como los pastores asalariados, amantes del dinero, que obligan a diezmar a su congregación con el objetivo de poder vivir en opulencia? (Ver Juan 10:7-13; 2 Timoteo 3:1-9; 4:3-4; Mateo 7:15-27; 22:13-33; Marcos 12:38-40; 2 Pedro 2; 2 Corintios 11:3-4,13-15; Apocalipsis 3:14-22; Isaías 29:13; Ezequiel 22:23-31; 33:30-32; 34:1-6.)

(Recomendamos un estudio más profundo revisando los versículos que se encuentran en la concordancia de la Biblia sobre las palabras ‘diezmar’ y ‘diezmo’, en contraste con la palabra ‘ofrenda’ o ‘contribución’.)