¿Cuáles son las expectativas de Dios para cada creyente que llega a la fe? Aquí exponemos los criterios básicos a seguir para todo creyente que quiere entender y obedecer la Palabra de Dios y ser consecuentemente un verdadero seguidor de Jesús el Mesías.
Obedecer la Buena Noticia de Dios acerca de Jesús
Dios el Padre glorioso y su divino Hijo Jesús el Mesías nos crearon a su imagen y semejanza para tener estrecha relación y comunión con ellos, siempre y cuando les obedeciéramos, pues nos dieron libre albedrío desde el principio. (Génesis 1:26-31; 2:15-17; Colosenses 1:15-17)
Pero a pesar de la vida maravillosa que nos dieron, fuimos tentados por el maligno y desobedecimos, y fuimos por tanto separados de la gloria y presencia de Dios. (Génesis 3:1-19)
Sin embargo, por su bondad y amor, Dios el Padre nos salvó, no por las acciones justas que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia. Nos lavó quitando nuestros pecados por medio de la sangre derramada y muerte de su Hijo Jesús en la cruz, y nos dio un nuevo nacimiento y vida nueva.
Dios derramó su Espíritu sobre nosotros en abundancia por medio de Jesús nuestro Salvador. Por su gracia nos hizo justos a sus ojos y nos dio la seguridad de que vamos a heredar la vida eterna. (Romanos 3:21-26; Tito 3:3-7; Hebreos 10:19-22; 1Pedro 1:3-5)
Jesús sufrió, murió y resucitó por amor a nosotros para redimirnos de nuestros pecados y del poder del pecado sobre nosotros que heredamos cuando nacemos. (Gálatas 3:13-14; 1Corintios 15:3-4; Hebreos 2:14-18; 1Pedro 3:18)
Por eso la Palabra de Dios nos enseña que para ser sanados y liberados de la maldición del pecado, debemos primeramente arrepentirnos y volvernos a Dios. Seguidamente debemos ser lavados de nuestros pecados muriendo a uno mismo y resucitando a una nueva vida en Jesucristo mediante el bautismo en agua. Y por último, debemos recibir en oración el llenado del Espíritu Santo, el cual es la naturaleza gloriosa, la presencia santa y el poder milagroso de Dios nuestro Padre y de Jesús nuestro Señor (Romanos 8:9-11; 1Corintios 2:10-11; 2Corintios 3:16-18; Gálatas 4:4-7). (Hechos 2:37-39; Romanos 1:16-17; 6:1-11; Gálatas 3:26-29; Colosenses 2:11-15; 1Pedro 3:19-21)
Nacer de nuevo para ver el Reino de Dios
Jesús dijo que para entrar en la dimensión espiritual del Reino de Dios debemos nacer de nuevo por medio del bautismo en agua cuando nos arrepentimos y volvemos a Dios, y también del llenado del Espíritu mismo de Dios que nos da vida. (Mateo 3:11; Juan 3:1-8; Romanos 8:1-4; Tito 3:3-7; Jeremías 31:33-34; Ezequiel 36:25-27)
Sin embargo, no muchos creyentes entienden lo que verdaderamente significa la palabra ARREPENTIMIENTO. Jesús y los Apóstoles dejaron bien claro que debemos arrepentirnos primero antes de ser bautizados en agua para poder lavarnos de los pecados. (Hechos 2:38; 3:19; 20:20-21)
Jesús se bautizó en agua, como nosotros los creyentes lo hacemos cuando morimos y enterramos nuestro ego pecaminoso, y recibimos a Jesús y lo hacemos el Dueño y Señor de nuestra vida. Pero sin embargo a diferencia de nosotros, Él nunca cometió pecado alguno. Entonces ¿por qué se bautizó? ¿Para simplemente darnos un ejemplo? Lo hizo por una razón más profunda y muy precisa. De hecho, justo antes de ser bautizado por Juan el profeta, Él tuvo que “arrepentirse” de algo. Por supuesto no tuvo que arrepentirse de ningún pecado, pues había nacido sin pecado.
Pero la palabra ARREPENTIMIENTO no significa solamente que uno se aleja de toda acción pecaminosa, sino también que se entrega y consagra enteramente a hacer la voluntad de Dios el Padre. De hecho, la palabra bíblica original de arrepentimiento en griego es METANOIA, que significa: un cambio completo de dirección o trayectoria.
Así que Jesús estuvo dispuesto a consagrarse para dejar atrás su buena reputación delante de los hombres. Él había sido una persona íntegra y respetuosa de sus padres, un excelente carpintero, así como un gran conocedor de las Sagradas Escrituras y fiel practicante de la Ley mosaica. Él tuvo que renunciar a su buena reputación delante de los hombres. (Lucas 2:45-52; Mateo 13:53-58; Marcos 6:1-6)
En el bautismo en agua, Jesús renunció totalmente a ser simplemente el hijo de José y de María. Él renunció a ser un carpintero respetado por sus familiares, conocidos y conciudadanos. En ese momento se consagró a revelar la verdad acerca de su identidad como Hijo de Dios, declarado abiertamente por la voz audible de su Padre en el cielo; y también como el Cordero de Dios que debía derramar su sangre al final de su ministerio, declarado abiertamente por Juan el profeta. (Mateo 3:13-17; Juan 1:29-34; 1Juan 5:6-8)
En el bautismo en agua, Jesús decidió cumplir su rol de revelar su verdadera identidad, por medio de enseñanzas y del poder de milagros, que Él era realmente el Mesías y el Hijo de Aquél quien lo había enviado –Dios su Padre. Él sabía que iba a padecer gran y constante persecución –por declarar que Él era la única Verdad y el único Camino para llegar al Padre–, y que iba a morir cruelmente en la cruz por los pecados de la humanidad. (Lucas 4:1-30; Juan 5:16-30; 14:6-11)
Jesús se sometió a obedecer y a cumplir la voluntad de Dios su Padre, aceptando el reto de padecer y sentir angustia por nosotros, pues debía ser martirizado y morir cruelmente tres años después al final de su ministerio. ¡Qué ejemplo para nosotros de darlo todo sin reparo ni condición alguna por amor a su Padre y a nosotros! (Hebreos 5:7-10; 10:3-10)
Ser llenado del poder del Espíritu Santo para servir a Dios
Justo después de que Jesús fuera bautizado en agua, su Padre le envió el Espíritu Santo para que recibiera el ungimiento y el poder para llevar a cabo su misión y ministerio de predicar el Reino de Dios y de sanar a los enfermos y de hacer discípulos y de morir por nuestros pecados. El Padre le llenó completamente de su Espíritu y poder por haberse consagrado a revelar la verdad de la Palabra y voluntad de Dios, y a estar dispuesto a sufrir y a morir por la humanidad. (Mateo 3:16-17; Lucas 4:14-22; Hechos 10:38)
Éste es el precio que Jesús tuvo que pagar para poder recibir el don del Espíritu Santo: completo arrepentimiento, muerte a sí mismo en el bautismo en agua, y sumisión total y obediencia plena para servir a Dios su Padre.
También los discípulos de Jesús se entregaron de lleno y estuvieron dispuestos a padecer persecución y hasta morir como mártires por su nombre y por compartir el Evangelio. Y debido a ello, recibieron el llenado del poder del Espíritu de Dios para poder ser testigos de Jesús, y continuar así la obra y el ministerio que Él había comenzado. (Hechos 1:4-5,8; 2:1-21,37-41; capítulos 9 y 10; 19:1-7)
De la misma manera, si queremos recibir el poder de Dios para ser auténticos seguidores y embajadores de Jesús, debemos entregarnos plenamente a él y estar dispuestos a sufrir persecución, e incluso morir, por su nombre y por anunciar el Evangelio, desde el momento en que somos bautizados en agua. (Marcos 8:34-38; Romanos 6:1-11; 2 Corintios 5:14-21)
Tener comunión íntima con Dios y con Jesús
Jesús nos mostró dando ejemplo acerca de la importancia de santificarse a sí mismo al pasar tiempo diario de comunión con su Padre en adoración y oración, y escuchando la voz de su Palabra. (Mateo 6:5-13; 22: 36-38; 24:35; Marcos 1:35; Lucas 5:16; 6:12; 10:38-42; 11:1-13; Juan 4:23-24)
El diablo tentó a Jesús que interrumpiera su oración y ayuno, y convirtiera las piedras en trozos de pan. Pero Jesús le reprendió con una Escritura diciendo que no solo de comida física vivirá el ser humano, sino de cada Palabra que sale de la boca misma de Dios. (Mateo 4:1-4; Deuteronomio 8:3)
Jesús dijo a la multitud que Él es el Pan y la Palabra de Vida que vino del Cielo, y que derramaría el Agua Viva o el Espíritu Santo de Vida a todos aquellos que creyeran en Él y le siguieran a Él. Dijo que si comemos la comida espiritual de su Palabra y bebemos la bebida espiritual de su Espíritu continuamente, permaneceremos entonces en Él y Él en nosotros, y así viviremos para siempre. (Juan 1:14; 6:26-65; 7:37-39; 8:31-32; 15:1-8; 17:1-3, 13-19)
Por eso debemos tener también comunión diaria con Jesús y con Dios, para que podamos santificarnos y conocerlos a ambos personalmente. Y la manera de santificarnos y renovar nuestra mente que Dios nos ha mostrado es por medio de la oración en su Espíritu –mostrando gratitud, cantando y alabando y adorando, orando en lenguas–, y de la meditación en las maravillosas promesas de su Palabra registrada en la Biblia. Es recomendable que pasemos un mínimo de dos horas diarias de comunión íntima de alabanza y oración a Dios, y de meditación en su Palabra, preferiblemente temprano en la mañana. (Josué 1:8; Job 23:12; Salmo 1:1-3; 37:4-5; 119:11, 89, 105; Jeremías 15:16; Romanos 8:1-17; 12:1-2; 1Corintios 1:9; 2:9-16; Filipenses 2:14-16; 2Timoteo 2:15; 3:14-17; Hebreos 4:14-16; 10:19-22; 1Pedro 2:1-2; 2Pedro 1:19-21; 1Juan 1:1-3; Judas 1:20-21; Apocalipsis 3:20)
El objetivo es llenarnos cada día del Espíritu de Dios en oración (como Jesús enseñó a sus discípulos en Mateo 7:7-11 y Lucas 11:1-13). Debemos pedirle a Dios diariamente recibir más de su naturaleza gloriosa (como se describe Éxodo 34:6 y Salmo 86:15, y en Isaías 11:2). Además, debemos buscarlo para poder encontrarlo y caminar en su santa presencia mostrando el fruto del Espíritu (como se describe en Gálatas 5:22-23). Y por último, pero no menos importante, debemos tocar las puertas de su poder milagroso para recibir los dones del Espíritu y liberarlos sobre otros (como se describe en 1 Corintios 12:1-11). (Hechos 4:23-31; Efesios 1:15-23; 3:14-19)
Tenemos que dejar que el Espíritu de amor y de compasión de Jesús nos llene y tome control de nosotros al comenzar el día. Tenemos que vestirnos cada día de la armadura de la Luz y la Palabra Viviente, que es Jesucristo, nuestro Señor. (Romanos 13:11-14; Efesios 5:20-24; 6:10-18)
Como hijos de la Luz debemos vivir en santidad, porque Dios es santo y sin santidad nadie podrá ver al Señor. (1Tesalonicenses 5:1-11; Hebreos 12:14-17; 1Pedro 1:13-21)
Jesús es ahora nuestra vida y nos ayudará a alejarnos de todo pensamiento pecaminoso de la vieja naturaleza humana, siempre que permanezcamos en Él orando en su Espíritu y absorbiendo su Palabra registrada en la Biblia. Además, Él nos llenará de su luz y amor compasivo para poder amar, compartir nuestra fe e incluso sanar a las personas que nos rodean. (Colosenses 3:1-11; Efesios 4:17-31; Filipenses 2:12-18; 1Juan 3:1-10)
Obedecer el llamado de Jesús como seguidores suyos
Jesús dedicó y sacrificó su vida entera durante su ministerio a sanar enfermos, a liberar oprimidos, a predicar la Buena Noticia del Reino de Dios, y a enseñar a las multitudes que le seguían. (Mateo 4:23; 8:16-17; 9:35)
Él preparó fielmente a sus discípulos para que realizaran lo mismo que Él hacía en vida, para que pudieran continuar la obra una vez hubieran recibido el llenado del Espíritu de Cristo resucitado. (Lucas 9:1-2; Juan 4:31-38; Hechos 1:8)
Él nos mostró a todos nosotros sus seguidores el verdadero propósito de su sacrificio, muerte y resurrección. No lo hizo simplemente para salvarnos del pecado y de la condenación, sino también para que fuéramos una luz en este mundo –predicando el Reino y el Evangelio, sanando a los enfermos y liberando a los cautivos con poder, bautizando y haciendo discípulos en todo momento y lugar. (Mateo 5:14-16; 28:18-20; Marcos 16:15-20; Lucas 10:1-18; Juan 14:12-13; Romanos 15:17-21; 1Corintios 2:1-5)
Nosotros los creyentes, y no solo los apóstoles y los evangelistas, tenemos la responsabilidad delante de Dios de compartir nuestra fe con los demás y de guiarlos a Cristo. Debemos aprovechar cada oportunidad para evangelizar individualmente a toda persona alrededor. Este es el llamado para todo hijo e hija de Dios que quiere seguir a Jesús de todo corazón. (Hechos capítulos 6-9; 9:1-19; 11:19-26; 21:8-9; Filipenses 1:12-18; 1Tesalonicenses 1:2-10)
Seguir el MODELO de Cristo
Jesús no sólo es nuestro Señor y Salvador, sino también nuestro MODELO a imitar y a seguir como Hermano MAYOR nuestro, pues Él es el Hijo MAYOR de Dios nuestro Padre. (Romanos 8:28-29)
De la misma manera que el Padre estaba en Jesús por medio de su Espíritu y lo revelaba a los demás, ahora Jesús está en nosotros por medio del Espíritu Santo y quiere que lo revelemos a los demás a nuestro alrededor en cada oportunidad. (Juan 12:44-45; 14:10-11; Gálatas 2:20; 2Corintios 3:16-18; 4:5-6)
Dios envió a su Hijo Jesús al mundo para que a través de su mensaje y sacrificio pudiéramos ser reconciliados con Dios. Ahora nosotros, como embajadores de Cristo, debemos anunciar el Evangelio a los demás, a fin de reconciliar a muchos con Dios. (Romanos capítulo 5; 2Corintios 5:14-21)
Hacer la voluntad de Dios de seguir a Jesús
¿Estamos consagrando nuestra vida a amar y a obedecer a Dios siguiendo el MODELO de su Hijo Jesucristo, el cual fue un verdadero ejemplo de amor, de sumisión y de obediencia a Dios su Padre celestial?
¿Hemos comprendido el significado verdadero de la palabra ARREPENTIMIENTO, que significa un cambio completo de dirección?
¿Estamos dispuestos a darlo todo y sin reservas al Señor para seguirle y obedecer sus mandatos de compartir el Evangelio a toda persona alrededor, sanar a los enfermos, bautizar a los que se arrepienten, y prepararlos en la fe y para la obra del ministerio?
¿Estamos dispuestos a firmar una hoja de papel en blanco para comprometernos a seguir los pasos y las instrucciones precisas de Jesús, nuestro Dueño y Señor, y cumplir así la perfecta voluntad de Dios, nuestro Padre celestial?
Jesús nos enseñó a seguir sus mismos pasos, pues Él es el verdadero ejemplo de amor, de sumisión y de obediencia a Dios nuestro Padre celestial. Él nos enseñó a amar al Padre con todo nuestro corazón y a amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. De hecho, amamos a Dios y a su Hijo cuando tenemos comunión diaria con ellos, y también cuando tenemos comunión y nos ayudamos unos a otros como creyentes. Y por supuesto, cuando también amamos y ayudamos en cada oportunidad a los no creyentes que nos rodean. (Mateo 22:36-40; 25:31-46; Marcos 8:34-38; Lucas 10:25-37; Juan 13:34-35; 14:23-24; Colosenses 2:6-7; Santiago 1:22-25; 2:14-20; 1Juan 1:1-3; 2:3-6; 3:16-19)
La iglesia es la familia espiritual de Dios y de Jesús
La iglesia no es un edificio ni tampoco una simple reunión semanal. La iglesia o "Ecclesia" son los miembros del cuerpo de Cristo, los llamados a salir de este mundo. La verdadera iglesia es la Familia y el Templo de Dios formado por piedras vivas que adoran a Dios en unidad, y muestran la verdadera Luz de Jesús a otros en todo momento y lugar. (Efesios 2:19-22; 1Pedro 2:4-12)
La iglesia no es tampoco una institución o club social en el que se reúnen los creyentes para simplemente oír a un líder hablar y para cumplir con la tradición de congregarse semanalmente. Por supuesto, congregarse es bueno y necesario, pero no es suficiente para poder cumplir los requisitos y mandatos de Cristo. (Hebreos 10:23-25)
De hecho, la iglesia es la comunidad de creyentes nacidos de nuevo de agua y del Espíritu, quienes a la vez tienen una relación íntima y personal con Dios y con Jesús, y viven en familia. Se ven muy a menudo, se relacionan con amor genuino, y se ayudan mutuamente tanto en lo físico como en lo espiritual, con la finalidad de hacer avanzar el Reino. La iglesia es en realidad la familia espiritual de Dios, formada por seguidores que obedecen de todo corazón el llamado de Jesús, el cual consiste en amar a Dios y a los demás hermanos y hermanas, y en compartir la fe con los perdidos en cada oportunidad. (Hechos 2:42-47; 4:32-37; Romanos 12:9-21; Efesios 2:19-22; 4:11-32; 5:15-20; Colosenses 3:12-17; 1Timoteo 3:1-13; 1Pedro 5:1-11)
Amarse unos a otros como el Señor nos amó
Jesús nos enseñó a obrar con amor sacrificado y compasión hacia los hermanos de la familia de la fe.
Los hermanos ancianos en Cristo con dones de liderazgo, los cuales trabajan unidos unos con otros, en ningún momento deben mostrarse superiores ni tampoco deben ejercer control sobre los demás. En cambio, deben ser servidores y preparadores que equipan a los demás con verdadero amor y humildad, para que todos los creyentes se acerquen personalmente al Señor y su Palabra, y puedan así realizar la obra de Dios, pues solo Jesús es nuestro verdadero Líder y Señor y Maestro. (Mateo 23:8-12; Marcos 10:41-45; Juan 13:34-35; 15:9-13,16; Romanos 12:3-21; 1Corintios 3:1-11,21-23; Gálatas 6:9-10; Efesios 4:11-16; Filipenses 2:1-11; Colosenses 3:12-17; 1Pedro 1:22-25; 5:1-7; 1Juan 3:11-18)
La Cena del Señor y el compañerismo entre creyentes
Jesús es la Cabeza de la iglesia, y consecuentemente Él es nuestro verdadero Pastor y Salvador. Por eso, debemos recordar el sacrificio que hizo por nosotros cada vez que nos reunimos y comemos juntos. Comer juntos es necesario y vital cuando nos congregamos, para que así podamos experimentar verdadera comunión con el Señor y entre nosotros los creyentes. (1Juan 1:1-3)
Como el Apóstol Pablo recibió del Señor y nos enseñó en 1 Corintios 11:23-26, debemos partir el pan, el cual representa el cuerpo de Jesús que fue entregado en sacrificio para darnos vida, y comerlo juntos como miembros de su cuerpo en honor y memoria de Él. Y al final de la comida, debemos beber de la copa que representa la nueva alianza entre Dios y nosotros, un acuerdo confirmado por la sangre y muerte de Jesús.
Algo muy importante a tener en cuenta es que cada vez que partimos y comemos el pan y bebemos de la copa, nos comprometemos a comer el cuerpo o la carne espiritual de Jesús que es el Pan Vivo y la Palabra de Vida que vino del Cielo (Juan 6:47-51; 1Juan 1:1-2). También nos comprometemos a beber su sangre espiritual que es el Agua Viva y el Espíritu de Vida que emana de Él (Juan 7:37-39; Romanos 8:1-2).
Cuando meditamos en la Palabra de Dios, estamos en realidad comiendo su carne espiritual. Y cuando oramos en el Espíritu de Dios, bebemos su sangre espiritual. Si hacemos esto diariamente, entonces permanecemos unidos a Él y obtenemos la vida eterna (Juan 6:53-58).
Cuando celebramos la Cena del Señor, nos comprometemos también a sufrir persecución y a morir literalmente por el nombre de Jesús y por compartir el Evangelio, si llegase la situación, hasta que Él venga. ¡Aleluya! (Lucas 22:19-20; 23:28-35; Juan 6:26-65; Hechos 2:42; 1Corintios 10:16-17; 11:17-34)
El propósito de las reuniones de la iglesia en casa
Una vez que hemos comido el pan y bebido de la copa juntos, debemos entonces orar y dar gracias a Dios con cantos de alabanza y adoración. Debemos orar intercediendo por los perdidos y por los hermanos en Cristo. También debemos recibir guía profética en oración, y compartir su Palabra unos con otros para edificación. Y lo más importante, debemos orar y planificar juntos cómo poder avanzar el Reino de Dios, predicar el Evangelio y sanar a los enfermos durante la semana, pues éste es el llamado de todo seguidor de Jesús. (1Corintios 14:26; Efesios 5:18-20; 6:18-20; Colosenses 3:16-17; Hebreos 10:23-25)
Las reuniones de la iglesia en casa deben ser reuniones vibrantes donde se congregan los hermanos de la fe, los cuales están llenos de la luz de la Palabra Santa y del fuego del Espíritu Santo, comen juntos y celebran la Cena del Señor, se edifican mutuamente, oran unos por otros y también por las almas perdidas a nivel local y a nivel mundial.
Si cada creyente se conecta diariamente con el Señor y es un hacedor de la Palabra y no tan solamente un oidor, entonces cuando se congregue con la iglesia, esa reunión va a ser una verdadera explosión de vida y un avivamiento lleno del poder del Espíritu Santo. (Hebreos 5:11-14; Santiago 1:22-25)
La finalidad de tener compañerismo es para que esa luz y ese fuego del Señor no se quede tan solo en cuatro paredes, sino que cada miembro de la iglesia lo propague por todos lados alrededor.
El tamaño y la reproducción de las iglesias en casa
Se recomienda que el número de miembros de una iglesia o comunidad de creyentes no sea superior a doce. La razón para descentralizar y no ampliar la comunidad es para que los creyentes puedan seguir participando activamente en las reuniones y convertirse en líderes obreros. Si la comunidad excede el número de doce miembros, entonces es aconsejable dividirse en dos iglesias en casa, que estén unidas en Espíritu y trabajen juntas para hacer avanzar el Reino en la región. De esta manera, los creyentes se animarán unos a otros a evangelizar y sanar a los enfermos en cada oportunidad, y a hacer nuevos discípulos para incluirlos en su comunidad, y así sucesivamente.
También es aconsejable que los creyentes seguidores de Cristo no se enrollen en proyectos y actividades laborales que no excedan más de 20 horas a la semana. La razón de ello es para que puedan dedicar otras 20 horas semanales para buscar y hacer avanzar el Reino y compartir la Buena Noticia de Dios acerca de su Hijo Jesús.
Vida Comunitaria
En la medida posible, es primordial que los creyentes se pongan de acuerdo en vivir juntos en la misma vivienda para compartir los gastos del alquiler, las utilidades, la comida y el transporte, como los creyentes de la Iglesia Primitiva solían hacer (ver Hechos 2:42-47 y 4:32-37). Igualmente, de esta manera, los discípulos de este hogar comunitario podrán ayudarse mutuamente con los quehaceres diarios (incluyendo el cuidado infantil). Y sobretodo, ellos podrán orar juntos por la cosecha de almas perdidas, y también organizarse para salir a evangelizar de dos en dos, a fin de alcanzar a los perdidos y orar por ellos en todas partes y en cada oportunidad.
Seguir a Jesús para recibir la corona de justicia, de gloria eterna y de vida
La corona de justicia, de gloria eterna y de vida (ver 2 Timoteo 4:8, 1 Pedro 5:4 y Apocalipsis 2:10) es en realidad el cuerpo glorioso de resurrección, y se otorgará solamente a los vencedores, a los creyentes que se santifiquen y obedezcan fielmente los mandatos de Dios, cuando el Señor Jesús regrese. (Gálatas 5:16-26; Hebreos 12:14-17; 1Pedro 1:13-20; Apocalipsis 21:5-8; 22:10-15)
Se otorgará a los que se relacionen y conozcan personalmente a Dios el Padre y al Señor Jesús, al meditar fielmente en las Escrituras y orar íntimamente en el Espíritu de Dios de forma cotidiana, y por tanto llenándose fielmente del Espíritu Santo. (Mateo 25:1-13; Juan 17:3)
Se otorgará a los que renuncien a todo, incluyendo lazos familiares infructuosos; a los que sean fieles anunciando el Evangelio, sin vergüenza ni temor, a las almas perdidas y en cada oportunidad; y también a los que padezcan toda clase de rechazo, persecución, prisión, tortura y hasta martirio por ser seguidores activos y fieles de Jesús. (Mateo 10:16-39; 25:14-30; Marcos 4:1-20; 8:34-38; 10:17-31; Lucas 14:33; Juan 12:25-26; Romanos 10:5-15; 2Corintios capítulo 4)
Se otorgará a los que amen y ayuden desinteresadamente y en cada oportunidad a los hermanos en Cristo necesitados con alimento, bebida, hospitalidad, sustento, asistencia sanitaria, visitas en la cárcel, oraciones fervorosas, y mucho más. (Mateo 25:31-46; 1Juan 4:7-21)
Solo los vencedores, es decir, los que abandonan completamente los apetitos pecaminosos de la carne y reconocen su nueva naturaleza divina e identidad en Jesús, y le obedecen hasta el final de sus vidas, van a tener derecho a la primera resurrección. Sólo los vencedores obtendrán la recompensa de la corona de vida o cuerpo glorificado que Dios ha prometido a los que le aman de verdad y esperan la venida de su Hijo. ¡Solamente los vencedores reinarán con Jesús sobre toda la Tierra durante 1000 años! (1Corintios 9:24-27; 15:12-58; Filipenses 3:7-21; 1Tesalonicenses 4:13-18; 2Timoteo 4:6-8; Santiago 1:12-15; 1Pedro 5:1-4; Judas 1:17-23; Apocalipsis 2:7,10-11,17,26-28; 3:5,11-12,21; 20:4-6)
¡Démoslo todo a Dios, y así cumplamos nuestro legado de seguir a Jesús de todo corazón! Amén.
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