Podemos ver hoy en día que la
fe y la visión de la iglesia actual difiere mucho de la fe y la visión de la
iglesia primitiva, la cual era muy vibrante y activa, y estaba llena del
Espíritu de Dios y de frutos de almas. Por lo contrario, la iglesia actual se
enfoca principalmente en lo que concierne a la prosperidad económica, y no
tanto en ganar almas en todo momento y en todo lugar.
Los líderes actuales se justifican diciendo que vivimos
en tiempos diferentes, y que de todas maneras Dios está aún interesado en la
adquisición de riquezas, poniendo como ejemplo a Abraham o a Job, los cuales
Dios había bendecido materialmente, y que por tanto la adquisición de bienes
materiales no va en contra del mensaje bíblico.
Los miembros de la iglesia actual siguen a un pastor
que supuestamente es “conocedor de la verdad”, el cual promueve la fiel asistencia
al templo que llama “iglesia”, donde el mensaje primordial gira en torno del
“dar diezmos y ofrendas a Dios”, prometiéndoles a cambio estabilidad económica
y material, a fin de poder vivir una vida de bendición y de confort.
Cuando en realidad el pastor debería promover una vida de discipulado activo para preparar líderes obreros que divulguen el Evangelio por todo lugar, y para que los demás miembros se animen sustentar a estos misioneros, así como a las familias más pobres de la congregación, y también a barrios pobres de la ciudad. Debería enseñarles a no dar simplemente el diezmo (el diez por ciento) de sus ingresos a la iglesia, sino a dar el máximo posible, hasta que todos puedan llegar a dar el noventa por ciento de sus ganancias, no como algo impuesto sino como ofrenda voluntaria, para que sean prosperados en todo (2Corintios capítulo 9). Éste es el auténtico espíritu de renuncia a todo y del verdadero discipulado.
Cuando en realidad el pastor debería promover una vida de discipulado activo para preparar líderes obreros que divulguen el Evangelio por todo lugar, y para que los demás miembros se animen sustentar a estos misioneros, así como a las familias más pobres de la congregación, y también a barrios pobres de la ciudad. Debería enseñarles a no dar simplemente el diezmo (el diez por ciento) de sus ingresos a la iglesia, sino a dar el máximo posible, hasta que todos puedan llegar a dar el noventa por ciento de sus ganancias, no como algo impuesto sino como ofrenda voluntaria, para que sean prosperados en todo (2Corintios capítulo 9). Éste es el auténtico espíritu de renuncia a todo y del verdadero discipulado.
Según las Escrituras y bajo el Antiguo Pacto, el
diezmo era el diez por ciento de las ganancias donado por solo aquellos que tenían
granjas de animales y tierras de cultivos en Israel. Este diezmo era separado y
entregado solo en comida, y no en dinero como las ofrendas para el templo, para
poder alimentar a los levitas y a los sacerdotes que no disponían de heredad
alguna. Este diezmo en alimentos también era destinado para
alimentar a los extranjeros, las viudas y los huérfanos que vivían en Israel.
Pero ahora bajo el Nuevo Pacto en Cristo Jesús, Dios
nos pide que lo demos todo; y no solo el hecho de congregarse en un templo y donar
un diezmo para cumplir. Él quiere que le sirvamos de todo corazón, y/o que invirtamos
nuestro dinero en su Obra, a fin de hacer avanzar su Reino y consecuentemente
ganar almas, por todo lugar y lo más rápidamente posible. De hecho cuando
nacemos de nuevo, Dios no se interesa tanto en nosotros como se interesa en los
perdidos. Éste debe ser nuestro único objetivo y la verdadera razón de nuestra
existencia como hijos de Dos.
Esta actitud errónea de interés desmesurado por lo
material es opuesta diametralmente al mensaje que Jesús nos había hablado de
renunciar a todas las cosas de este mundo y a nuestra propia voluntad, que nos
distraen y frenan para poder seguirle
como discípulos entregados y consagrados.
La iglesia actual debería enfocarse en seguir el
ejemplo de Jesús en cuanto a su vida de renuncia y de entrega total a Dios su Padre.
Debería vivir una vida más austera y de sacrificio, y de consagración a Dios y
a su gran obra evangelizadora. Jesús enseñó una y otra vez acerca de la importancia
de renunciar a todo deseo obsesivo por lo material, a fin de poder seguirle y
obedecer la comisión de todo hijo(a) de Dios. Que es, ir a predicar el
Evangelio de Redención en Cristo y manifestar el Reino celestial a toda
criatura, para que llevar fruto de almas para Dios que a su vez le sirvan a Él.
(Ver Lucas 14:25-35; Marcos 16:15-18; Mateo 28:19-20.)
¿Qué dicen las Sagradas
Escrituras al respecto?
Si estudiamos bien la vida y el mensaje de Jesús en los cuatro Evangelios,
y los Hechos y las Epístolas de los apóstoles, descubriremos que las riquezas
materiales mencionadas en el Antiguo Testamento pasan prácticamente desapercibidas
y a un segundo plano. Por el contrario, se enfatizan las riquezas espirituales
de entrega a Dios y de servicio a los demás por medio de Jesucristo y su
Espíritu en nosotros (Romanos 12:1-2; 1Corintios 3:16).
Jesús se enfrentó a las mismas tentaciones que el Diablo tienta a tantos
creyentes hoy en día, cuando estaba en el desierto justo en el comienzo de su
ministerio, cuando el adversario de Dios le ofreció la potestad sobre todos los
reinos de la tierra y sus riquezas materiales, la cual había recibido en el
momento que Adán, el primer hombre creado, pecó y cayó en maldición; convirtiéndose
así en el príncipe y dios de este mundo (Juan 12:31, 14:30, 16:11; 2Corintios
4:4). Sin embargo Jesús resistió bien al diablo y a la tentación,
reprendiéndole con convicción y con la autoridad de la poderosa Palabra de Dios:
“Y le llevó el diablo a un monte
alto, y le mostró en un momento de tiempo todos los reinos de la tierra. Y le
dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a
mí me es entregada, y a quien quiero la doy. Si tú, pues, me adorares, todos
serán tuyos. Y respondiendo Jesús, le dijo: Quítate de delante de mí, Satanás,
porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás.” (Lucas 4:5-8)
También el diablo tentó a Jesús con hacerle demostrar su poder como Rey cuando
estaba detenido delante de Pilato al interrogarle acerca de su realeza y
autoridad. Pero no transigió en su cometido ni desobedeció la voluntad del Padre,
sino que voluntaria y sufridamente se entregó por amor a todos nosotros:
“Entonces Pilato entró de nuevo al
pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?...Respondió
Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis
servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero ahora mi
reino no es de aquí. Pilato entonces le dijo: ¿Acaso, eres tú rey? Jesús
respondió: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he
venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la
verdad, oye mi voz.” (Juan 18:33-37)
Jesús declaró y enfatizó en otro pasaje acerca de la importancia de negarnos
a nosotros mismos y de renunciar a todo, incluyendo nuestro bienestar y la vida
material, a fin de que pudiéramos llevar fruto para Dios:
“Y llamando a la multitud y a sus
discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
y tome su cruz, y sígame. Porque el que quisiere salvar su vida, la perderá; y
el que perdiere su vida por causa de mí y del evangelio, éste la salvará.
Porque ¿qué aprovechará el hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?
¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el que se avergonzare de
mí y de mis palabras en esta generación perversa y adúltera, el Hijo del Hombre
se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los
santos ángeles.” (Marcos 8:34-38)
En otras palabras, ¿de qué sirve al hombre aguar su fe para obtener
ganancia económica y material a fin de ser bien visto y aceptado por la gente
del mundo, y pierde su alma? ¿Y cuánto dinero podrá pagar el hombre por su
alma? Tenemos que darnos cuenta que la razón por la que Cristo vino a la Tierra
no fue para que nos concentráramos en nuestras necesidades, sino más bien en
olvidarnos de nosotros mismos completamente y volcarnos a Dios para servirle a
Él y a los demás, con todas nuestras fuerzas (Marcos 12:28-34).
Jesús declaró una vez a sus discípulos que difícilmente un rico iba a entrar
en el Reino del Cielo, a menos que se desprendiera y donara todas sus riquezas
a los pobres y necesitados, a fin de poder seguirle a Él. Así lo expresó a sus
discípulos, después que un hombre rico le había preguntado qué debía hacer para
alcanzar la vida eterna. Este hombre había obedecido fielmente la ley de Dios
desde muy joven, pero cuando Jesús le animó a deshacerse de todas sus riquezas
para dárselas a los pobres a fin de que tuviera riqueza en el Cielo y pudiera
seguirle, se entristeció y no las renunció porque tenía mucho que renunciar. En
vez de convertirse en un instrumento útil para Dios y ser verdaderamente libre
y rico en espíritu, prefirió no deshacerse de su mentalidad y entorno carnal, a
fin de continuar con los placeres temporales de la vida y las cosas que podía ver
y palpar con sus manos. (Ver Lucas 18:18-30.)
Veamos ahora lo que también Jesús expresó una y otra vez en diferentes
pasajes con relación a las engañosas riquezas
materiales y los auténticos valores espirituales:
En Mateo 6:19-21 y Lucas
12:33-34 dice que vendamos lo que poseemos y demos limosna a los pobres; que no
atesoremos riquezas aquí en la Tierra, donde la polilla destruye y las cosas
materiales se echan a perder, y donde ladrones entran a robar. Sino que
atesoremos riquezas en el Cielo, donde la polilla no destruye ni las cosas se
echan a perder ni los ladrones entran a robar. Pues donde esté nuestra riqueza,
allí estará también nuestro corazón —dando a entender que las riquezas
materiales no son compatibles con el Reino de Dios, y que consecuentemente no deben
ser nuestra prioridad ni nuestro objetivo ni nuestra razón de existir.
En Mateo 6:22-23 dice que nuestros
ojos son la lámpara del cuerpo, y que si ponemos nuestra mirada en las cosas
celestiales, nuestro cuerpo tendrá luz. Pero si nuestros ojos apuntan a las
cosas materiales que nos atan, todo nuestro cuerpo estará en oscuridad. Y si la
luz que hay en nosotros resulta ser oscuridad, ¿qué luz vamos a irradiar?
En Mateo 6:24-34 dice que
nadie puede servir a dos señores o amos diferentes, porque odiará a uno y
querrá el otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. Es decir, que no
podemos servir a Dios y a las riquezas al mismo tiempo, porque es imposible
amarle y servirle a Él de todo corazón, si ponemos nuestra mirada en lo
material o económico y el bienestar de uno mismo. No podemos afanarnos en
trabajar demasiado a fin de ganar y acumular dinero, como consecuencia de no
creer que Dios puede suplir lo necesario, mientras descuidamos lo más
importante: que es buscar primeramente todo lo que atañe al Reino de Dios y su
justicia. Jesús nos asegura que si tenemos fe en Dios y buscamos su Reino, no
dejará de suplirnos milagrosamente el sustento necesario para que podamos
servirle y seguirle Él.
En Marcos 4:7,18-19 dice que
muchos creyentes son como la semilla sembrada entre espinos, que oyen la
Palabra, pero los negocios de esta vida presente les preocupan demasiado, el
amor por las riquezas les engaña, y solo piensan en poseer todas las cosas
materiales posibles. Todo esto entra en sus corazones y apaga su fe en la
Palabra, impidiéndoles obedecer la gran comisión de amar y llevar fruto de
almas para Dios (Mateo 28:19-20).
En Lucas 12:13-21 dice que
tengamos cuidado de no ser avaros y codiciosos, porque la vida no consiste en
poseer muchas cosas o posesiones, ni en invertir dinero para hacerse todavía
más rico.
En Lucas 12:22-32 dice que no
debemos preocuparnos por lo que hemos de comer para vivir, ni por la ropa que
necesitamos para el cuerpo. Si Dios da de comer a las aves que no siembran ni
cosechan, y viste a la hierba que hoy está en el campo y mañana se quema en el
horno, cuánto más Él va a darnos de comer y de vestir a nosotros los creyentes.
Añadió que todas estas cosa del diario vivir son las que preocupan a la gente
no creyente del mundo, pero que el Padre celestial ya sabe que las necesitamos.
Solo debemos esforzarnos en buscar primeramente el Reino de Dios y que todas
nuestras necesidades iban a ser suplidas de forma infalible y milagrosa.
En Lucas 12:33-34 dice que
debemos deshacernos de toda posesión material para que podamos ayudar al
necesitado, y para aliviarnos de las preocupaciones que conllevan las mismas
riquezas; porque si uno posee riquezas, allí también está su corazón anclado en
ellas, y se hace avaricioso.
En Juan 6:25-29 y 4:31-38 dice
que trabajemos no por la comida que perece, sino por la comida que permanece
para vida eterna, que es hacer la voluntad del Padre celestial; es decir: creer,
entregarse y obedecer a su Hijo y su Palabra, con el objetivo de cosechar para
Dios tantas almas como podamos a nuestro alrededor.
Ahora veamos lo que el apóstol Pablo nos exhortó en sus cartas acerca de
la engañosa riqueza material y la auténtica visión celestial:
En 1 Timoteo 6:1-10 dice que los
que enseñan otras cosas y no están de acuerdo con la sana doctrina de
Jesucristo, son engreídos y no saben nada. Son ministros que tienen la mente
pervertida y no conocen la verdad, y que toman la fe cristiana por una fuente
de ganancia material, en vez de estar contentos y satisfechos con la comida
diaria y el vestido que nos da el Señor. Además, los que quieren hacerse ricos
caen en la tentación como en una trampa, y se ven asaltados por muchos deseos
insensatos y perjudiciales, que hunden a los hombres en la ruina y la
condenación. Porque el amor al dinero es
la raíz de toda clase de males; y hay quienes por codicia, se han desviado de
la fe y se han causado terribles sufrimientos. (Ver también Salmo 49.)
En 1 Timoteo 6:17-19 dice que
los hermanos en la fe que tienen riquezas de esta vida, que no sean arrogantes
ni pongan su mirada y esperanza en las riquezas, porque las riquezas de este
mundo no son seguras ni duraderas. Antes bien, que pongan su esperanza en Dios,
el cual nos da todas las cosas con abundancia y para nuestro provecho. Sobretodo
que hagan el bien, que se hagan ricos en buenas obras, es decir que estén
dispuestos a dar y a compartir lo que tienen con los demás hermanos
necesitados, a fin de que tengan una base firme de riquezas espirituales para
el futuro, y hagan así efectiva la vida eterna que el Señor les ha concedido
por gracia.
También el apóstol Juan nos exhorta en 1 Juan 2:15-17 que no amemos al
mundo (al sistema del hombre), ni lo que hay en el mundo. Dice que si alguno ama
al mundo o es atraído por él, no ama a Dios, porque nada de lo que el mundo
ofrece viene de Dios, sino del mundo. Y esto es lo que Dios detesta: los malos
deseos de la naturaleza carnal humana, vicios y placeres egoístas; el deseo de
poseer las cosas materiales que agradan a los ojos; y el orgullo, la vanidad y
el egoísmo que generan las cosas terrenas. Pero el mundo pasa, con todos sus
deseos; en cambio, el que hace la voluntad de Dios registrada en las Sagradas
Escrituras vivirá para siempre.
¿Cuál es la voluntad de Dios
para todo creyente?
El apóstol Pablo explica en Colosenses 3:1-4, y Romanos 6:5-14, y Gálatas 2:20, y
2Corintios 5:14-15, y 1Corintios 6:20 y 7:23, que si hemos nacido de nuevo del
Espíritu de Dios y hemos sido resucitados con Cristo, entonces debemos pensar y
buscar las cosas del Cielo, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre.
Debemos buscar las cosas del Cielo, y no las de la Tierra. Tenemos que darnos
cuenta que, una vez hemos entregado nuestra vida a Dios, hemos muerto
completamente a nuestro viejo hombre y a nuestra vieja vida pecaminosa, y Dios
nos tiene reservado el vivir con Cristo. Jesucristo es nuestra vida ahora, Él
vive en nosotros y le pertenecemos enteramente a Él, porque nos ha comprado con
el precio de su sangre y sufrimiento en la cruz. Por eso, como hijos de Dios,
estamos ahora obligados a hacer la voluntad de Dios y no seguir la corriente ni
las costumbres contaminadas y perversas del mundo y del hombre natural.
En 3 Juan 1:2 el apóstol Juan nos da a entender que la voluntad de Dios
con respecto a la prosperidad no consiste en desear y orar por riquezas
materiales, como muchos piensan y aspiran erróneamente, sino en orar por la
salud física, mental y espiritual, y por supuesto lo necesario para vivir, que
Dios quiere brindarnos por medio de su Espíritu cuando nuestros pensamientos
perseveran constantemente en Él. (Ver Salmos 119:165; Isaías 26:3.)
¿Qué modelo debemos seguir
como cristianos con respecto a los bienes materiales?
El evangelista Lucas escribe en Hechos 2:44-45 y 4:32,34-35, que todos
los creyentes estaban muy unidos y compartían sus bienes entre sí; vendían sus
propiedades y todo lo que tenían, y repartían el dinero a todos los hermanos en
la fe y según las necesidades de cada uno. Todos los creyentes pensaban y sentían
de la misma manera. Ninguno decía que sus cosas materiales fueran solamente
suyas, sino que eran de todos. Y gracias al buen ejemplo cristiano de compartir
lo material, no había entre ellos ningún necesitado, porque quienes tenían
terrenos o casas, los vendían, y el dinero lo ponían a disposición de los
apóstoles, para repartirlo entre todos según las necesidades de cada uno.
Jesús nos dio el mayor ejemplo de entrega a Dios y de renuncia a todo al
hacerse pobre siendo rico, ya que dejó los palacios del Cielo y se vistió de
humanidad, para que, por medio de su ejemplo de humildad, pudiéramos tener de lo
necesario, a fin de enfocarnos en propagar el Evangelio, y ser desprendidos y
generosos para ayudar a los hermanos necesitados y a los pobres también (2Corintios
8:9). El apóstol Pablo dice que, cuando somos generosos compartiendo lo
material con otros, no tenemos que preocuparnos de nuestro sustento diario ya
que Dios suplirá todo lo que nos falte conforme a sus riquezas en gloria en
Cristo Jesús (Filipenses 4:10-19). (Ver 2Corintios 9; Salmos 34:3-6,25-26.)
El apóstol Juan expresa en 1 Juan 3:16-18, que de la misma manera que Jesús
se dio a sí mismo, hasta el punto de dar su vida por nosotros, cuánto más
nosotros debemos también renunciar a todo lo demás y dar nuestra vida por los
hermanos. Pues aquél que tiene bienes materiales y ve a su hermano tener
necesidad de lo material y no comparte con él, ¿dónde está el amor de Dios
dentro de él? Así pues si somos creyentes, no lo divulguemos simplemente de boca,
sino también mostremos el amor de Dios con nuestro ejemplo de amor y de generosidad.
(Ver Juan 10:7-13; Santiago 2:14-26.)
Conclusión
¿Cuántos creyentes están hoy en día dispuestos a renunciar y a compartir
con otros sus riquezas materiales y posesiones para convertirse en verdaderos
hijos e hijas de Dios que no viven para sí mismos, sino que, invirtiendo su tiempo
y dinero en la obra de Dios, se enfocan en obedecer la Gran Comisión de predicar
a toda criatura el Evangelio del Reino de Dios y su justicia en Jesucristo,
sanar a los enfermos, y hacer discípulos en todas las naciones? (Ver Marcos
4:34-38, 16:15-18; Mateo 28:19-20.)
Actuemos, pues, en conformidad con la sana y completa doctrina del
Evangelio, y seamos consecuentemente responsables de nuestro cometido, emulando
y viviendo como Jesús vivió y operó, si verdaderamente hemos nacido de Dios en Él
(1Juan 2:6). Seamos como la buena tierra en Lucas 8:4-15, que recibió la semilla
del sembrador, y creció, y dio una buena cosecha, hasta de cien granos por
semilla. Esta buena tierra es todo creyente que con corazón bueno y dispuesto
escucha y hace caso de la Palabra de Dios; y que, permaneciendo firme en Ella,
da una buena cosecha de conversos y de vidas consagradas, dispuestas a
participar también en la gran obra reconciliadora de Dios (2Corintios 5:17-21).
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